¡Goza tu deporte! (o De cómo se goza por deporte)

Es evidente que la gente con que tratamos, los pacientes no están satisfechos, como se dice, con lo que son. Y no obstante sabemos que todo lo que ellos son, lo que viven, aun sus síntomas, tiene que ver con la satisfacción. Satisfacen a algo que sin duda va en contra de lo que podría satisfacerlos, lo satisfacen en el sentido de que cumplen con lo que ese algo exige. No se contentan con su estado, pero aún así, en ese estado de tan poco contento, se contentan. El asunto está justamente en saber qué es ese que se queda allí contentado
(Lacan, El Seminario, Libro 11)

A veces la contingencia nos propone la posibilidad de reflexionar el cruce de conceptos psicoanalíticos. Encrucijada teórica, esta vez apoyada en la de dos calles: esquina de las avenidas Santa Fe y Pueyrredón, ciudad de Buenos Aires: un cartel publicitario lacaniano de una marca deportiva nos viene a recordar el cruce goce-inmixión: “Repetir hasta perder la cuenta” demanda Adidas dentro de la línea “Impossible is nothing” inaugurada por su competencia, Nike.

Goce deportivo

Quise escribir más sobre esto en su momento porque realmente la frase que remitía al entrenamiento y al esfuerzo continuos aceptado como modo de vida que garantiza una versión del éxito y el reconocimiento me pareció un hallazgo.
Sin embargo, esta reflexión no se dirige a un análisis del discurso “sociopsicoanalítico”, sino a las consecuencias de la lectura y la puesta en acto de la ética del psicoanálisis, el camino de la cura y la intervención clínica.
Si bien Lacan no define inmixión como concepto, sí lo utiliza como operador, por lo menos entre 1955 y 1972, considerándolo como mezcla a partir de la cual se hacen indisitinguibles e inseparables los elementos que la componen.
Imposible desplegar goce en los límites de esta reflexión, pero sí señalar un recorrido que puede llevar a pensar que Lacan apeló al mismo para “escapar” a la noción freudiana de pulsión. Para Freud, la pulsión es una exigencia que lo somático impone a lo psíquico que, como cara energética del síntoma (la otra es la representacional), es el límite a todo tratamiento en tanto “basamento rocoso subyacente” biológico que no ha encontrado un destino sublimatorio. Por lo tanto, la pulsión proviene del interior del soma y el individuo es responsable de los modos de satisfacción en función de la ganancia desconcida que presenta el síntoma.
Paradógicamente, cierto poslacanismo asimila goce al concepto freudiano de pulsión, más específicamente, como la unión de pulsión de vida y de muerte. Esto como consecuencia con-fundir registro de lo real con lo inefable, registro del que el baño del lenguaje no puede dar cuenta de lo biológico pre-existente (para esta perspectiva, lo Real no ex-siste, sino que existe). A partir de lo cual hay una cara simbólico-imaginaria del síntoma, tratable, y una real, a la que se orienta un “saber hacer” del psicoanalista apelando a una eventual responsabilidad subjetiva del analizante.
Sin embargo, para Lacan la energía es consecuencia del cálculo matemático, la pulsión está en el “entre” y el goce es “efecto de discurso”, “lo escrito es el goce”. No forma parte de lo biológico, siendo una cierta relación con el cuerpo, como exigencia, en todo caso, del lenguage hacia aquél.
Y aquí volvemos a la clínica: ¿quién se satisface en ese impersonal “repetir hasta perder la cuenta” que nos demanda y recuerda la publicidad? Si es el analizante, entonces la dirección es la asunción de la responsabilidad subjetiva, interviniendo sobre el Yo. Otro camino es la pregunta acerca de quién se satisface, presuponiendo el inconciente y el ejercicio de un saber (“Donde Eso habla, goza”, “el saber es medio de goce” y “el goce del Otro”). Saber como máquina de articulación significante, imposible de ser pensada sino en términos de extimidad, de inmixión: el parlêtre “está allí sin saberlo”, repitiendo la pregunta por un sentido que él busca como conciencia en sí mismo (“¿por qué sigo haciendo esto de lo que padezco?”) cuando no lo tiene en la estructura. A partir de lo cual puede plantearse la ganancia de saber como pérdida de goce.
Es por eso que la máquina que repite, no está en la biología, funciona a partir de la materialidad significante (sustancia gozante) que cada parlêtre lleva como codicilo pulsional.
Si el goce “no sirve para nada” es en tanto pura articulación lógica, de ahí la importancia de apuntar al sinsentido para que advenga la letra.
Esto lleva a recordar que la ética del psicoanálisis no es individualista y a la pertinencia de la topología como herramienta de nuestra práctica.
Y también a pensar que, si el goce “no sirve para nada”, eso no implica que no se realice una utilización interesada del saber inconciente, ni que prescriba la pregunta por su “ejercicio”.

Francisco F. Arturi

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